El texto describía una detallada hoja de ruta para acabar con el consumo excesivo de recursos naturales y unos niveles de generación de residuos intolerables para el planeta. También marcaba líneas concretas de actuación en siete áreas esenciales: plásticos, textiles, residuos electrónicos, alimentos; agua y nutrientes, embalaje, baterías y vehículos; edificaciones y construcción.
El anuncio coincidió con la llegada de la Covid-19, en lo que parecía otra llamada de atención hacia un modo de vida poco sostenible y respetuoso con los limitados recursos naturales de los que disponemos. Con este plan maestro, el organismo europeo quiere dotar a las economías de los Estados miembros de una mayor fortaleza y capacidad de reacción frente a las crisis de distinta índole que puedan presentarse en el futuro.
Este plan europeo aborda numerosos frentes. Desde baterías duraderas y reciclables para los dispositivos, hasta convertir el consumo de productos sostenibles en un estándar, al mismo tiempo que se eliminan de los comercios aquellos que puedan ser dañinos para el entorno. Además, la Comisión ha iniciado un procedimiento legislativo para hacer que todos los envases sean reciclables o reutilizables en 2030, y también ha puesto en marcha medidas de cara a la adopción de una etiqueta ecológica de la UE para productos financieros que podría ser una realidad a finales de 2021.
Europa también está mirando con lupa a las empresas en algunas cuestiones especialmente sensibles, como la obsolescencia programada. Se busca así alargar la durabilidad de los productos y defender el “derecho a reparar” de los consumidores. Otro asunto escabroso al que se quiere poner freno es el llamado ’greenwashing’, la práctica de maquillaje reputacional por medio de la cual algunas empresas intentan hacer pasar sus políticas por más sostenibles de lo que realmente son ante la opinión pública.
Fuente: Recycling Magazine