El enunciado del Objetivo de Desarrollo Sostenible ODS número 12 de Naciones Unidas deja meridianamente claro hacia dónde se dirige una de las actividades más antiguas e íntimamente ligadas al desarrollo del ser humano: la producción y consumo responsable de bienes y servicios. Y es que con el «Garantizar modalidades de consumo sostenible y producción sostenibles» este decimosegundo ODS encierra al mismo tiempo un anhelo y un reproche. El anhelo: evolucionar hacia un modelo de producción y consumo responsable que huya de los excesos consumistas y la obtención de beneficio rápido a toda costa. El reproche: no haberlo hecho antes.
Producción y consumo son dos elementos indisolubles que se retroalimentan mutuamente. Como en el dicho del huevo y gallina, en este caso tampoco queda del todo claro cuál de las dos caras de esta moneda lleva la iniciativa y cuál responde a los estímulos que recibe de su contraparte. Sería tan válido afirmar que es la demanda la que condiciona la producción, como que es esta última la que dirige y ‘educa’ a la primera. Sea como fuere, durante años la tendencia de esa relación bidireccional se ha movido en unos parámetros lineales basados en la secuencia de extraer (recursos naturales y materias primas), fabricar (productos), consumir (esos mismos productos), tirar (residuos) y reemplazar (por nuevos productos). Una fórmula de excesos que, tal y como ha quedado patente, resulta insostenible por la cantidad de perjuicios que acarrea tanto para el medio ambiente como para la propia sociedad. Como los ya conocidos problemas de cambio climático y la sobre población mundial.
Las 7 Rs
Agotado el modelo de economía lineal, en su lugar cobra fuerza otra visión más circular en la que esa secuencia es reemplazada por una alternativa mucho más racional y sostenible donde se prioriza la eficiencia de recursos y la optimización de la cadena de suministro. Una alternativa que se resume en las llamadas 7 Rs: Rediseñar (hacer los productos más sostenibles y duraderos); Reducir (el consumo y, con él, los residuos); Reutilizar (los productos y sus residuos para darles una segunda vida); Reparar (en lugar de tirar y sustituir al primer indicio de avería); Renovar (que consiste en tratar de actualizar productos antiguos); Recuperar (materiales ya usados para reintroducirlos en el proceso productivo) y Reciclar (uso de residuos para crear nuevas materias primas utilizables en nuevos envases y productos).
Consumidores empoderados
Los consumidores son el eslabón de la cadena que da sentido al concepto de consumo y producción responsable. El consumo responsable implica una elección consciente e informada de compra por parte del consumidor hacia determinados productos y servicios básicos, así como unas marcas en detrimento de otras, elección que viene marcada por criterios relacionados con la sostenibilidad de esos productos y el comportamiento ético o medioambiental que demuestren las empresas responsables de su producción. En ese marco, cuestiones como «¿realmente lo necesito?», «¿cómo ha sido fabricado?» o «¿se puede reciclar?» son algunas de las preguntas básicas que todo consumidor responsable se hace antes de efectuar su compra. El objetivo final del consumo responsable reside en el hecho de que disfrutar de un determinado bien de consumo sea compatible con el cuidado del planeta y la mejora de la calidad de vida de las personas.
Razones para un consumo responsable
Diversos factores están contribuyendo a un cambio progresivo en la mentalidad y actitud de la ciudadanía en relación al consumo de bienes y servicios. Principalmente, asistimos a un empoderamiento de los ciudadanos, que cada vez están más informados y son más sensibles a las carencias y necesidades del planeta, actuando por ello en consecuencia. En este sentido, los consumidores asumen su responsabilidad como parte fundamental de la ecuación en este cambio de modelo y desempeñan su papel con sus decisiones de compra.
Según un estudio realizado por OCU y NESI en 2019, el 73% de los españoles toma sus decisiones de consumo por motivos éticos o relacionados con la sostenibilidad. Además, el 62% de los encuestados cree que su consumo es una herramienta muy potente para cambiar el mundo.
Sin embargo, practicar un consumo responsable no siempre es sencillo. El estudio cita como barreras que dificultan su adopción la falta de información (señalada por el 60% de los encuestados), el alto precio (58%), la accesibilidad (54%) o la dificultad para encontrar empresas responsables (52%).
En la misma línea, otro estudio, realizado por la consultora Accenture entre una muestra de 6.000 consumidores procedentes de 11 países de Asia, Europa y América del Norte, apunta que 7 de cada 10 consumidores eligen productos respetuosos con el medio ambiente. Otros datos revelados por este trabajo indican que el 83% de los consumidores considera importante que las empresas diseñen productos reutilizables o reciclados. Además, el 72% asegura que actualmente compran productos más respetuosos con el medio ambiente que hace cinco años, y un 81% tienen intención de incrementar esta compra sostenible en los próximos cinco.
Etiquetado responsable y sostenible
Separar el trigo de la paja en cuanto a lo que son y lo que no son productos sostenibles es uno de los principales problemas a los que diariamente se enfrentan los consumidores que quieren practicar un consumo responsable. Por ello, el etiquetado en el producto o en el envase puede ser de gran ayuda a la hora de una correcta identificación de estos productos. Un ejemplo de esto es la etiqueta Punto Verde de Ecoembes, cuya presencia en un envase garantiza que las empresas envasadoras cumplen con sus obligaciones legales en materia de gestión de residuos de envases.
Reparación y reciclaje
Al margen del mero hecho de efectuar una transacción comercial, el consumo responsable tiene otras lecturas en cuanto al comportamiento ciudadano. Recuperar una cultura de la reparación, en lugar de dejarse arrastrar por la dinámica de la sustitución periódica que durante décadas ha alimentado el fenómeno de la obsolescencia programada, es uno de esos cambios de hábitos que poco a poco va calando en la sociedad. Así lo pone de manifiesto una encuesta del Eurobarómetro, que revela que el 77 % de los ciudadanos de la UE preferiría arreglar sus dispositivos en vez de sustituirlos, y que el 79% cree que debería exigirse legalmente a los fabricantes que faciliten la reparación de los dispositivos digitales o la sustitución de sus componentes.
Recogiendo estas inquietudes, una normativa aprobada por la Unión Europea en noviembre de 2020 y que entró en vigor el 1 de marzo de 2021 establece el «derecho a reparar» de los consumidores como una medida orientada a contribuir a la reducción del impacto ambiental, por ejemplo, de los productos tecnológicos. La norma profundiza en mecanismos para hacer de la reparación una opción más atractiva, sistemática y rentable. Para ello, propone medidas como la ampliación de las garantías, creación de garantías adicionales para las piezas de recambio o mejoras en el acceso a la información sobre la reparación y el mantenimiento. También se insiste en la necesidad de articular medidas para erradicar las prácticas de obsolescencia programada que reduzcan deliberadamente la vida útil de un producto.
El derecho a la reparación en España está regulado por la actualización de la Ley General de Defensa de los Consumidores. Por si esto no fuera suficiente, la nueva Ley de Residuos y Suelos Contaminados para la Economía Circular también hace referencia a la reparación en su articulado. Concretamente, lo hace en su artículo 37, que reconoce implícitamente el derecho a reparar de los consumidores «con una finalidad ambiental de promover la prevención de residuos, de mejorar la reutilización y el reciclado», y contempla la posibilidad de obligar al productor a «cumplir las condiciones necesarias para garantizar el derecho a reparar del consumidor».
Otra de esas derivadas del modelo de producción y consumo responsable es el creciente hábito de reciclaje. Los envases son un claro ejemplo de ello. Según datos de Ecoembes, cuatro de cada cinco ciudadanos (82,9%) declaran tener, de media, 3 cubos, bolsas o espacios en casa para reciclar, destinando uno de ellos a los envases de plástico, metal y briks, los que van al contenedor amarillo. En los últimos años, este porcentaje de población recicladora no ha dejado de crecer pues en 2015 eran un 72,5% los que afirmaban reciclar a diario.
El papel de las empresas
La producción es el otro gran eslabón de esa cadena que conforma la producción y consumo responsable. Y es que si los consumidores están virando sus preferencias de consumo hacia aquellos productos y marcas que cumplen con unos determinados índices de sostenibilidad, las empresas sostenibles y responsables de su fabricación y comercialización están a su vez adaptando los modelos de producción a esos mismos parámetros. Modos de producción sostenibles con el medio ambiente (a través de la reducción de huella de CO2 o la disminución del uso de materias primas, por ejemplo), con la comunidad y con los propios trabajadores son algunas de las formas que adopta esa producción sostenible.
En el terreno específico de los envases, los esfuerzos en innovación y ecodiseño, dirigidos a fabricar envases con menor impacto ambiental y más fáciles de reciclar es otra de las vías con las que cuentan las empresas para ayudar a construir ese modelo de producción y consumo responsable. La fase diseño es la que determina en un 80% el impacto ambiental de un envase, de ahí que resulte fundamental diseñar los envases en origen con una orientación lo más sostenible posible.